Me acuerdo de cuando llegué a mi casa actual haca ya más de dos años y medio. Dos terrazas que no buscaba. Me encontraron a mí. Una muy larga al lado de la cocina. Orientación Este-Oeste. Perfecta para plantas. Inmediatamente mi imaginación vuela y diseña un jardín. Necesidad de evasión emocional. Formas, texturas, olores, colores,… El inicio: un par de pequeños geranios que me compró mi madre. Y en todo este tiempo, conocimiento del medio. No hay riego. Otras prioridades financieras. El verano pega duro. Algunas apuestas funcionan. De a poco. Y aprovechar el momento. Los geranios se han transformado en una mega-maceta. Ya tengo hasta un castaño. Y prospera un pequeño jardín aromático y una colección de cactus en la entrada.
Con las relaciones pasa lo mismo. Te montas historias. Lo que deseas. La realidad te clava al suelo. Te planteas si tiene sentido seguir con la idea del jardín. Nada es fácil. Perseveras, no tiras la toalla. Riegas, transplantas, podas, abonas, le dedicas tiempo. Y cariño. A los dos geranios. Y te devuelven flores rosas. Y la ilusión de seguir. Vas adaptando tus medios. Y tu plan inicial. Esa persona que merece la pena y que ahora igual no es el momento. Sigue acompañando. Y, de repente, brota ese pequeño esqueje. Verde es vida.
Feliz fin de semana a todas, todos.
Francisco J. Fernández Ferreras.