La última entrada del blog del Instituto de Ingeniería del Conocimiento nos habla del Internet de las cosas. Existirán beneficios pero, sin duda, también inconvenientes. Gracias a las nuevas fuentes y a la aglomeración de datos se podrán realizar patrones que afecten a toda la población y que, por ejemplo, contribuirán a conseguir un mejor diagnóstico de las enfermedades, seguimiento de epidemias, o problemas medioambientales. No obstante, “la minería de datos” genera una considerable pérdida de privacidad. Los datos se están convirtiendo en una mercancía muy valiosa para políticos, comerciantes, empresarios…

La idea de unos dispositivos invadiendo nuestros cuerpos puede dar bastante miedo, bueno, no a aquellos que los necesitan para controlar el nivel de azúcar en sangre o hacer que su corazón siga latiendo. De todas formas, del mismo modo en que ahora se usan etiquetas RFID para pagar peajes y el GPS de nuestros móviles informa de nuestros viajes a terceros (como publicistas o administraciones), nuestros datos médicos se almacenarán en algún lugar fuera de nuestro alcance, agregados y, posiblemente, preparados como mercancía.
Se harán recomendaciones basadas en datos de un gran número de personas que puedan parecerse a nosotros de maneras muy evidentes. Podríamos ser mucho más rápidos en extraer conclusiones que normalmente nos llevan décadas, como fumar es malo, o los niveles altos de colesterol se relacionan con dolencias cardiacas. Esto puede mejorar nuestra salud y bienestar, pero quedan algunos asuntos pendientes:
– Más datos pueden ser menos.
– Falsa ilusión de control.
– El sinsentido consentido.
– Nada que ocultar.
– Los datos marcan nuestro destino.
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