Septiembre es el mes rey de los buenos propósitos. La lista de proyectos, retos e intenciones que solemos marcarnos a la vuelta de las vacaciones es tan larga como extenso el horizonte en el que más rápido que lento los diluimos. Tenemos la agenda tan repleta de deberes que hipotecamos los placeres a futuro como si éste pudiéramos gestionarlo con la certeza que nos conducimos en nuestro día a día. Somos muy importantes y nuestro personaje nos absorbe cual Dr. Jeckyl anula a su Mr. Hyde.
José Manuel Casado «canta» sus verdades de este mes con tanta claridad que quien no sea capaz de verse retratado es que ha conseguido llegar a un punto de peligroso no retorno en el engaño a sí mismo. La máscara de su personaje profesional es ahora la piel con la que «respira» en su vida personal, sufriendo una mutación contra natura que en la que el equilibrio difícilmente es posible si no tienen nombre de receta. La arrogancia y la soberbia le conducen y le condenan en la hoguera de las vanidades que es la empresa a la que se deben. No conciben el éxito si no es con el halo de la potestas y viven ajenos a los cambios del entorno como el que va a piñón fijo, sin cambiar de marcha ya corra en llano o en montaña.
Lo que viene a decir José Manuel es que al mundo empresarial le sobran personajes y les faltan personas, y que necesita cambiar las competencias centradas exclusivamente en el ego profesional por otras que lo enriquezcan con lo mucho que nos aporta nuestra condición de seres humanos. Como tales, somos capaces de hacer muchas más cosas que sentirnos importantes simplemente conociéndonos mejor. Así descubriríamos que nuestra contribución al bien empresarial puede ser mucho más potente haciéndolo desde la aportación al bien común.
Maite Sáenz, Directora de Observatorio de Recursos Humanos.