En el metro tocaba un músico callejero. El saxofón. Un sueño no convertido en objetivo para mí. Melodías conocidas amenizaban el desplazamiento. Esto tiene su doble filo. Por una parte, las tonadas suelen ser fáciles. Por otra, las conocen mucha gente. Y los fallos destacan más. En una de ellas, a este se le fue la olla. Había partes que no conseguía ubicarlas hasta que no llegaba al estribillo. Huecos sinfónicos donde cabe un portaaviones de la clase Nimitz. Y 13 destructores. En fila. Él seguía, con su sonrisa opaca y un aumento de volumen, intentando compensar el desaguisado.
Pienso que las cosas hay que hacerlas bien. No hay que caer en la perfección innecesaria, aquello que nadie te va a pedir y que te atormenta no conseguir. Exigencia vs. excelencia. Tampoco hay que bajar el listón hasta que se cuele todo hijo de vecino. Y ponerse excusas. Conjugando el esque. Es que… Empiezo a estar un poco harto del síndrome del mal estudiante. Ese cliente que espera hasta el último día para completar la información. Ese proveedor que cuenta con que van a cambiar la fecha de entrega. Esa persona que cree que se te va a olvidar la cita planteada hace semanas. Igual el profesor anula el examen. A lo mejor nos dice que los últimos cinco temas no entran. Y además, siempre está la convocatoria de septiembre. Como decía el padre de mi familia americana: ¡No way José!
Feliz fin de semana a todas, todos.
Francisco J. Fernández Ferreras.