A quienes nos apasiona el liderazgo, entendido como talento para influir decisivamente en los demás desde la autoridad moral, la credibilidad y el ejemplo, no deja de sorprendernos la disonancia abismal entre el discurso, que no dudamos de buena voluntad, y la realidad del regate en corto, de los dirigentes de “luces cortas” no sólo en la política (una clase dirigente que en los países occidentales suele dejar mucho que desear) sino en las empresas, como demuestra el dato de que el 77% de los directivos de nuestro país desea cambiar de compañía por lo mal que la suya actual ha gestionado la pandemia.
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