TRIBUNA- Magia y management

Maite Sáenz30 marzo 20117min

Un buen mago -o un buen líder- ha de ser un buen gestor lleno de “skills” que sabe lo que es el manejo del tiempo, la gestión del error, la improvisación, la creatividad, la innovación cotidiana de sus guiones y la motivación.

El pasado septiembre se han cumplido 26 años de carrera profesional en la que escenario tras escenario he aprendido que, aun sabiendo mucho, no sé nada. O mejor dicho: por saber mucho, sé que cada vez que actúo ante el público tengo que demostrar que soy “mago de verdad”. Ahí no valen medias tintas, y ese es mi reto.

Cada vez que subo a un escenario es un nuevo examen. De poco serviría comenzar contándole al público mi currículum, mis años de estudio y preparación, el reconocimiento entusiasta de mis colegas de profesión y los premios y éxitos pasados. No; el reto se produce desde que digo “¡hola!, soy mago y estoy aquí para sorprenderles e ilusionarles”.

En nuestra profesión —y en general en todo tipo de estilo teatral— al buen artista se le atribuyen “muchas tablas”, pero esos años de vuelo hay que demostrarlos en cada espectáculo y es la reválida lo que le da valor a ese artista y lo hace único.

A los magos se nos presupone creativos, expertos en el manejo de todo tipo de habilidades (no solo manuales), desafiantes y persuasivos. Pero sobre todo se nos supone naturales en algo que para mí es el secreto mejor guardado del ilusionismo, y del que muchos colegas de profesión todavía no se han enterado: la comunicación.

Estos últimos 18 años he estado volcado en lo que yo llamo “magia corporativa”, y después de actuar para muchas organizaciones he aprendido que existe un paralelismo entre la Magia y el Management. Pero claro, esto sólo me lo ha enseñado el paso del tiempo. ¡Siempre el tiempo! Como aquel gran consejo de Sir Charles Chaplin que decía: “El tiempo es un gran autor y siempre encuentra un final perfecto”.

El arte de la magia tiene mucho en común con el de la gestión de personas o equipos de trabajo. Ese es el motivo por el que frecuentemente me invitan a impartir “charlas mágicas” y a intervenir en el cierre de jornadas de formación. Con los ejemplos que propongo en mis actuaciones el equipo de la empresa logra ver desde otro prisma el día a día de su organización.

Ver, aprender y mejorar aspectos del desempeño profesional de un trabajador a través de un profesional de la magia y el humor puede ser una forma muy edificante de analizar muchas de las habilidades directivas. Habilidades que, aun conociéndolas y a riesgo de parecer de Perogrullo recalcarlas, pueden ayudar al trabajador a vislumbrar que en todas las profesiones cuecen habas, y la mía no es precisamente la marmita con la pócima mágica de Panoramix.
En mi sesión mágica, independientemente del perfil de mi auditorio, he de transmitir, motivar, entusiasmar, retar, vender un producto, liderar un grupo y sobre todo enfrentarme al reto estando “solo ante el peligro”. Y a ese peligro únicamente se le vence por medio del estudio y la práctica que lleva a alcanzar lo más deseado para todo mago: la técnica. Pero ¿cómo se llega a ella? Pues aplicando una fórmula mágica muy sencilla, conocida y al alcance de todos: la disciplina. Esa es una de las grandes lecciones del ilusionismo; pobre de aquel mago que no sea disciplinado. Realmente nunca será un mago, apenas un mero hacedor de trucos, como quien compra una caja con doble fondo y cree que obra prodigios al instante.

Pero una vez alcanzada la técnica hay que tener claro que no se ha hecho más que comenzar, y que falta aún lo más importante: llegar a ser “artista”. Eso ya son palabras mayores. El peso de los años y las canas harán que uno “sienta las tablas” y comience a disfrutar de la profesión.

En otras palabras: para ganarte al público de nada te servirá la técnica más depurada si no la acompañas de comunicación, es decir, si no generas confianza, y logras compartir y a la postre cohesionar a tu grupo.
Claro está que hay que llegar a dominar la técnica para que, una vez interiorizada, pueda ser desterrada. Solo así podrás salir fuera de ti, fuera del escenario, traspasar el proscenio y ser uno más en el patio de butacas, viéndote y aplaudiéndote a ti mismo ¡Nada más y nada menos! Y todo ello sin recurrir a las enseñanzas del D. Juan de Carlos Castaneda, llegando incluso a alcanzar un perfecto estado de “flow”.

En resumen: es el carisma lo que al final tiene que prevalecer sobre la fría técnica escondida —que no oculta— de las habilidades del ilusionista.
Un buen mago —es decir, un buen líder— ha de ser un buen gestor lleno de “skills” que sabe lo que es el manejo del tiempo, la gestión del error, la improvisación, la creatividad, la innovación cotidiana de sus guiones y la motivación. Pero sobre todo ha de conocer el arte de persuadir y convencer, aun sabiendo que lo que vende es humo. Por suerte, el nuestro es humo ilusionado, un humo que todos han de ver, han de querer tocar y, al final, comprar.

Mucha ilusión y mucha magia para los tiempos que corren.

2 Comentarios

  • José Ángel Fernández Gómez

    5 abril 2011 at 20:44

    Hola Luis, me parece genial lo que escribes. Me gustaría añadir que también ayuda saber entusiasmarse por el proyecto. Es más con suficiente entusiasmo, tal vez podría uno hasta prescindir de la disciplina.

  • ignacio Belinchón

    12 abril 2011 at 10:26

    He colaborado con Luis en varios proyectos y lo que transmite su artículo es totalmente cierto. Luis es un Mago de verdad, un Mago con mayúsculas. Sabe entender el objetivo de su actuación y¨»jugar» con y para los asistentes recalcando los mensajes clave, generando algo de lo que en estos momentos tenemos cierta carencia, ilusión. Enhorabuena Luis, eres el Mago Corporativo por excelencia y es un placer trabajar contigo desde el back stage y preparar las actuaciones juntos.

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