Con su lúcido análisis del juicio al nazi Adolf Eichmann, la filósofa Hannah Arendt nos advirtió del sutil efecto corrosivo del mal por omisión. En el ámbito empresarial, la compliance debe explicar que subordinarse a una situación ilegal o falta de ética es siempre una decisión personal trascendente. Y debe hacerlo desde la empatía: los argumentos lógicos no bastan para desarmar a quienes se escudan en excusas como “No tenía ninguna obligación de hacerlo” o “No me pagan para ello”.
Es fácil detestar a Adolf Hitler. También, a otra escala, a Bernie Madoff. Genocidas y estafadores muy activos, evidentes culpables de desastres históricos. No resulta tan sencillo, sin embargo, detectar (y, menos, desactivar) ciertas actitudes que, sin desencadenar tales desastres u otros menos graves pero lo bastante perjudiciales como para preocuparnos, sí contribuyen a ellos de otra forma más sutil.
Alain Casanovas, socio responsable de Compliance en KPMG España, aborda esta problemático en un interesante ensayo del repositorio “KPMG tendencias” que titula “Irregularidades por acción y por omisión”.
Tratar de rebatir los argumentos de la omisión desde la lógica es una batalla perdida: “Es un error intentar convertir al Compliance Officer en un ‘sparring argumental’, pues toda polémica moral (y por lo tanto emocional) se dirime en una localización cerebral distinta a la racional”.
Arranca Casanovas situando la cuestión en el contexto aristotélico del hombre político: “Conceptos como ‘responsabilidad’ o ‘rendición de cuentas’ sólo adquieren sentido cuando nos desenvolvemos en sociedad”. Refuerza este principio básico, cita la teoría del doctor en psicobiología Michael S. Gazzaniga según la cual, “si solo existiese una persona en la Tierra, no podría ser responsable por nada, dado que no tendría ante quién exculparse”.

Recordar algo tan básico trae a la primera línea de la consciencia (de nuestra atención y nuestra intención, que diría la fenomenología) la cuestión esencial de que “no vivimos aislados y que, siempre que coexistimos en estructuras sociales u organizativas, debemos estar dispuestos a facilitar explicaciones sobre nuestras acciones y omisiones”. Casanovas utiliza el verbo “interiorizar” para explicar que, aunque estamos ante “un principio muy simple de buen gobierno, a algunas personas les cuesta equiparar las irregularidades promovidas activamente, de las toleradas mediante omisiones”.
El asunto concreto de la omisión asoma con otra cita de lo más pertinente: “La pensadora Hannah Arendt denunciaba que las personas adultas que obedecen órdenes, en verdad consienten con ellas, pues siempre existe libertad de actuar o dejar de hacerlo. Inhibirse de algo es siempre una decisión: la de no hacer nada”.
Por dar un poco más de contexto, añadimos que Arendt es conocida sobre todo por su concepto de la banalidad del mal, acuñado tras cubrir para The New Yorker el juicio al nazi Adolf Eichmann en Jerusalén. Acusado de colaborar con el Holocausto, Eichmann negó albergar animadversión alguna hacia los judíos: se definió como un simple burócrata que cumplía órdenes sin reflexionar sobre sus consecuencias. El artículo periodístico terminó convirtiéndose en un libro imprescindible para entender la modernidad.
Casanovas lo aterriza en el ámbito de la gestión empresarial al sostener que “uno de los cometidos de la función de compliance es explicar que subordinarse a una situación ilegal o falta de ética es siempre una decisión personal trascendente”.
La empatía es la única solución viable. Con preguntas que enfrentan a planteamientos morales: ¿Qué pasaría si nadie actuase valientemente? ¿Estarán orgullosos de tí tus seres queridos si llegan a saberlo?
Las omisiones duelen menos, recuerda. Por eso “solemos pensar que las irregularidades por omisión son más justificables que las impulsadas activamente”. Lo ilustra con el ejemplo clásico del biólogo evolutivo Marc D. Hauser: no parece lo mismo mentir en la declaración de impuestos (acción) que recibir una devolución de impuestos mayor a la que correspondería (omisión). ¿Qué haríamos en esta última situación?
La conclusión de Hauser, recuerda Casanovas, es tan radical como esto: nuestro razonamiento consciente no desempeña un papel relevante en los juicios morales. Porque “nuestra percepción de mayor gravedad de las acciones respecto de las omisiones produce resultados irracionales, como evitar a toda costa conductas activas, pero permitir otras pasivas, aunque su resultado se sea mucho más dañino”.
De vuelta a Gazzaniga, añadimos un poco de anatomía: el hemisferio izquierdo del cerebro asume la racionalización de nuestras acciones para darle una coherencia aparente. Por eso, continúa Casanovas, nos damos un sinfín de explicaciones cuando actuamos incorrectamente por omisión. Frases que posiblemente le suenen:
- “Yo no lo he buscado”
- “No tenía ninguna obligación de hacerlo”
- “No me pagan para ello”
- “Ya tengo bastante con lo que hago”
- “Nada de lo que ocurre depende de mí”
Actuar con inteligencia emocional
Un veneno tan sutil necesita un antídoto a su altura. “Sabiendo que bastantes de nuestros planteamientos no son racionales, tratar de rebatirlos desde la lógica es una batalla perdida. Siempre surgirán contra-argumentos en una espiral infinita”, dice Casanovas, que aplica así el argumento a su área de expertise: “Es un error intentar convertir al Compliance Officer en un ‘sparring argumental’, pues toda polémica moral –y por lo tanto emocional- se dirime en una localización cerebral distinta a la racional”.
Un último compañero de viaje filosófico de categoría, nada menos que John Rawls, nos trae la solución: los “hombres razonables”, dice, deben ser capaces de ponerse en el lugar de los demás para tener en cuenta sus sentimientos, intereses y posibles sufrimientos. Más adelante, explica Casanovas, esta capacidad se ha calificado como “razonamiento empático” o “inteligencia emocional”. Nombres (más o menos comerciales) aparte, lo importante es que esta actitud “permite confrontar excusas lógicas -como las vistas anteriormente- con planteamientos emocionales”.
Por lo tanto, frente a las excusas anteriores, Casanovas propone un arsenal de preguntas como estas:
- ¿Qué pasaría si nadie actuase valientemente?
- ¿Te sientes realmente satisfecho con tu inactividad?
- ¿Estarán orgullosos de tí tus seres queridos si llegan a saberlo?
En cualquier caso, concluye Casanovas, no debemos confundir las irregularidades por acción u omisión, con aquellas de ambos tipos empujadas por situaciones de necesidad.