Escribió Nietzsche que quien dispone de los porqués encuentra los cómos. La sugerencia es relevante en un mundo en el que tantos viven centrados en los instrumental y tan pocos en lo esencial.
De forma contundente explicaba Aristóteles que la causa eficiente no es unificadora. Formulado con lenguaje contemporáneo: ocuparse en un trabajo, centrarse en una actividad no proporciona sentido al quehacer. Es imprescindible profundizar en la causa final -el porqué último de nuestro actuar-, pues, quien ignora la meta sólo acertará por casualidad.
La persona, cualquier persona, es un ser ilusionable. Lamentablemente, si se desea destrozar anímicamente a alguien basta con hurtarle la esperanza, las expectativas. El presente resulta insuficiente, vivimos proyectados en el porvenir y también en intangibles. Por eso, fracasará el directivo que se limite a comunicar a sus subordinados una mejora en los lucros económicos de una compañía como fruto del esfuerzo. Para que ese dato se transforme en entusiasmo resulta indispensable que parte de esa ventaja colectiva se traslade a cada individuo; y que, además, exista algún inmaterial asociado. Por ejemplo, que parte del esfuerzo –del beneficio- redundará en personas necesitadas.
Y todo ha de ser real: debe plantearse como objetivo, no como herramienta.
Lee el artículo completo de Javier Aguado Fernández (@Jferagu), Asesoría y formación de alta dirección en Liderazgo, Motivación y Estrategia; speaker y director de MindValue, en Glocal Thinking.