Dar valor al conocimiento: Prácticas sencillas e intensas, en el blog de Manel Muntada

Maite Sáenz9 febrero 20145min

De manera más o menos directa, vengo colaborando los últimos años con diversas organizaciones en la conceptualización, diseño y desarrollo de sistemas para la gestión de su conocimiento. Este tipo de proyectos me parecen muy interesantes y llaman poderosamente mi atención porque se centran en uno de los aspectos más humanos de la organización, el de hacer aflorar lo que las personas saben e idear aquellas maneras que permitan compartir ese saber para que pueda ser utilizado y transformado por otras personas. Estos proyectos evocan de manera fractal la dinámica que imagino en las redes neuronales y llaman a buscar sistemas y metodologías sencillas, naturales y, sobre todo, basadas en esta re[D]lación tan necesaria para las personas como para el tejido cerebral en el que se inspiran.

Naturalidad, sencillez, utilidad y contacto son pues los principales rasgos por los que se han de caracterizar estos sistemas y cada una de las metodologías, herramientas y técnicas que los integran.

Desde que colaboré hace unos cuatro años con la que entonces fuera el Área de Acción Social y Ciudadanía del Ajuntament de Barcelona, y se propusiera impulsar el Compartim Coneixement, un ciclo de presentaciones de corta duración en el que los profesionales de la organización compartían, conversaban y daban a conocer su actividad mediante la exposición de una práctica profesional, han ido emergiendo en este tipo de proyectos una serie de necesidades.

La primera de ellas era la de establecer mecanismos que permitieran llegar al rincón más recóndito de la organización, dando la palabra al máximo de personas y no tan sólo a aquellas que se hallan en el campo de visión de los «gestores de conocimiento», normalmente limitado a su entorno más inmediato y a las sugerencias de directivos y mandos intermedios.

Para ello con Magda Orozco decidimos inspirarnos en el meme, tan usado entre la comunidad de bloggers para dar a conocer sus bitácoras, y se estableció un mecanismo consistente en detectar prácticas interesantes [normalmente proyectos] a partir de una primera muestra de profesionales que, a su vez, proponían de 1 a 3 personas que también consideraban de interés para ser invitados a compartir una experiencia profesional. De este modo se establecía un mecanismo de escaneado en red que permitía aprovechar [además] el conocimiento que de las personas tienen las propias personas, haciendo emerger prácticas que de otro modo hubieran pasado desapercibidas.

La otra necesidad es la de trascender al conocimiento más llamativo y tópico de la organización, aquél que de alguna manera ya está presente, sistematizado y visualizado en su práctica diaria y a lo que se ha dado en llamar como «buenas prácticas”, para bucear y profundizar en aquel conocimiento que ha desarrollado la persona a lo largo de su evolución, del que no es consciente las más de las veces, que es producto inevitable del aprendizaje que se desprende de su propio transcurrir y que suele aplicar de manera rutinaria en su vida profesional.

Un «saber hacer” que suele pasar desapercibido cuando se trata de «gestionarlo» por no estar directamente relacionado con aquellos resultados más vistosos con los que las organizaciones gustan exhibirse o porque se trata de pequeñas habilidades, métodos o capacidades, sumamente útiles y a las que la propia persona, ya sea por su cotidianeidad o por pensar que no tienen la relevancia organizativa necesaria, tampoco le concede importancia.

Un conocimiento que, mírese como se mire, suele ser, paradójicamente, el capital más elevado y a la vez el más ignorado por cualquier organización. Me refiero a cosas tan sencillas y dispares y, a la vez, tan necesarias y útiles como pueden serlo conducir una reunión, gestionar el correo, elaborar material para una presentación, ordenar el propio lugar de trabajo, atender a un usuario irritado, elaborar un informe, organizar un evento, organizar la información, etc. Pequeñas prácticas, verdadero aliño de la productividad y del bienestar laboral y que, de ser capturadas y compartidas, pueden incluso suponer una optimización de parte de aquellos recursos destinados a importar conocimiento a través de acciones de formación estándar.

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