Para que una organización pueda ser auténticamente líquida ha de hacer mucho más que introducir metodologías agile o trabajar en un entorno 100 por cien digital. Ambas son necesarias, pero no suficientes para lograr que la rapidez de reflejos presida sus procesos, sus relaciones y su toma de decisiones. Al igual que el agua, cuya temperatura se modifica paulatinamente para evitar cambios bruscos en el ecosistema, este tipo de estructuras organizativas integran la agilidad y la estabilidad como su competencia más crítica.
Por Susana Gómez Foronda, Socia Directora de SmartCulture
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