Maite Sáenz20 octubre 20148min

 

Recordará, mi querido lector, el relato de los clásicos griegos referido a Casandra, esa hermosa y joven mujer, hija de Príamo, rey de Troya. Resulta que su tremenda belleza atrajo la atención del dios Apolo, quien le confirió la capacidad de ver el futuro, pero cuando Casandra no cedió a las pretensiones amorosas de Apolo éste la castigó con la siguiente maldición: “Podrás continuar viendo el futuro, pero nadie te escuchará ni te creerá”. Así, cuando Odiseo guiando a los griegos decidió entrar en Troya escondidos en un enorme caballo de madera, Casandra advirtió voz en grito a diestro y siniestro del peligro que corría el pueblo troyano pero nadie le escuchó. El resto lo conocen perfectamente: los griegos salieron del caballo de madera y sometieron al pueblo troyano. Los troyanos estaban demasiado centrados en la urgencia de su día a día como para perder el tiempo escuchando a Casandra. Se fijaron más en el pasado y en lo que les preocupaba en ese momento que en el futuro que les anunciaba la predicción.

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Quizá a Casandra no le hicieran caso pero era un fémina que adivinaba el futuro y quien suscribe, que desde luego lamentablemente no tiene ese don, sí percibe que el futuro se escribe con F de femenino porque todos los datos apuntan a que esta sociedad occidental inmersa en un entorno VUCA, (como dicen ahora los estrategas por -sus siglas en inglés de volatility, uncertainty, complexity and ambiguity) las féminas están llamadas a jugar un role más prominente del que hasta ahora han tenido, y desde luego, si de lo que se trata es de aprovechar el talento, más nos vale.

Globalización del terrorismo, gobernabilidad del mundo, hundimiento de la industria, fractura del Estado del Bienestar, tecnologías que hacen trizas el tiempo y el espacio, inmigración, envejecimiento de la población, regeneración de la educación, sostenibilidad cambio climático y lucha por los recursos energéticos, incorporación natural de la mujer al mercado de trabajo…, son asuntos de los que no sólo deberemos preocuparnos sino ocuparnos con los cinco sentidos y quizá con una aproximación distinta a como lo está haciendo el modelo macho de gestión típico de las organizaciones de nuestros días.

Me dedico a la gestión empresarial y aconsejo a organizaciones sobre procesos para mejorar sus resultados. Profesionalmente tengo que decir que al escribir esta tribuna mi iniciativa está más motivada por la mejora del rendimiento humano que por la justicia social aunque ésta sea para mí, por supuesto, casi un anhelo, como espero que lo sea para aquellos que leen estas líneas, porque es una verdadera disociación cognitiva decir que el talento es lo más importante y menospreciar, casi siempre, más de la mitad de mismo por la trasnochada visión de la producción, máxime ahora en que la tecnologías permiten hacer el trabajo desde cualquier sitio y a cualquier hora del día o de la noche. El requisito imprescindible es el talento y da igual que cromosómicamente sea XX o XY.

Cuando la mayoría de la población es femenina y la fuerza de trabajo parece dividirse en mitades iguales entre los dos géneros, las estructuras de mando siguen siendo abrumadoramente grises y masculinas. Hay algo que no encaja. Para muestra, basta un botón: las mujeres apenas ocupan un tímido porcentaje de los puestos directivos. En Estados Unidos sólo el 6% de los ejecutivos de las 500 principales empresas son mujeres. En Europa, los porcentajes son parecidos y en Japón inferiores. Además, en un estudio de la Tuck School of Business se destaca que, -analizadas las 1.000 empresas más grandes de Estados Unidos,- el denominado techo de cristal existe en la mitad de estas compañías, en las que la presencia de la mujer no existe todavía.

Actualmente, las féminas han conquistado todos los ámbitos formativos y laborales, excepto la alta dirección. Superar el llamado glass cieling, esa franja invisible pero existente entre las mujeres y los hombres en la alta dirección, es complicado, máxime en un mercado escrito con renglones de testosterona.

Quizá las razones sean las barreras culturales y sociales que pone la empresa y el modelo social imperante, problema con el que están sensibilizadas muchas compañías que están intentando resolverlo. En este sentido, una investigación de Catalyst (organización estadounidense que lucha por el progreso de la mujer) realizada entre 600 directivos de grandes corporaciones mundiales, ponía de manifiesto que el mayor obstáculo que tienen las mujeres para progresar en la carrera profesional, en comparación con sus colegas masculinos, lo conformaban “los estereotipos y la concepción errónea del papel y capacidad de la mujer”, el segundo obstáculo era la propia “escasez de modelos femeninos y la falta de experiencia en dirección”.

Pero está más que demostrado que mujeres que así lo eligen ocupan puestos directivos y lo hacen con los mismos o mejores resultados que los hombres. Recuerde a Anita Roddick, fundadora de The Body Shop; Indra Nooyi, una hindú presidenta y directora ejecutiva de PepsiCo; Carly Fiorina, anterior máxima ejecutiva de Hewlett-Packard; la francesa Anne Lauvergeon, presidenta de Areva, que es la primera empresa de energía nuclear en el mundo; la inglesa Valerie Gooding, máxima responsable de Bupa, empresa líder en Gran Bretaña en productos de higiene y salud; Antonia Axson, presidenta de Axel Jonson; Irene Rosenfeld presidente de un gigante como Kraft Foods; la diseñadora Carolina Herrera fundó en 1980 su propia empresa hoy convertida en todo un imperio y un largo etcétera, sin olvidar los casos de españolas como Ana Botín del Santander, Belén Garijo de Merck, Rosa Garcia de Siemens, y otro casi interminable etcétera.

Me preocupa que en la empresa se jacte y vocifere a cuatro vientos sobre la importancia del talento y que se olvide de que la mayoría de los mejores expedientes académicos pertenecen a las mujeres. Las oposiciones a la judicatura son dominadas por ellas. También son mayoría en los sectores emergentes y con más futuro como la educación o la sanidad. Actualmente hay más de dos millones de mujeres que hombres en las universidades americanas. Las estadísticas de este mismo país señalan que en 2010 el índice mujer-varón entre licenciados universitarios era de 1,42:1 y el de masters de 1,51:1. Si se considera que los títulos universitarios son el mejor indicador para predecir el éxito económico, la conclusión parece evidente: la mujer tendrá también el poder del dinero y también la llave F del futuro.

José Manuel Casado, Presidente de 2.C Consulting.


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