Comida en un restaurante de comida rápida. Solo conmigo mismo. Una reunión que acaba más tarde de lo previsto. Corrimiento horario de la agenda. Arrolle de la habitual comida en casa. El táper me seguirá esperando con la carne estofada que cociné una tarde de sábado. Ya que estamos, guarreemos un poco. Bocadillo en pan de chapata con patatas fritas. Y Coca Cola. La casa por la ventana. Me siento en una mesa mirando al graderío. Y me fijo en la gente. Me gusta hacerlo cuando estoy solo. En un restaurante, en el metro, en la sala de espera de un dentista. Y me imagino historias, conversaciones, personalidades.
En este caso la gente entra y sale. Normalmente en parejas. Normalmente mixtas. Normalmente dos. Casi enfrente se sienta un hombre sobre sus sesenta y un chaval de unos veinte. Le doy a la pelota libremente. Me parece un padre divorciado. Desde hace ya tiempo. Con su hijo. Un ejecutivo. Traje oscuro con raya diplomática y gafas de pasta color cereza. Chaval con vaqueros ajustados y el tiro por la rodilla. Comienza la relación. Cada uno con su móvil. Con su esmartfon. Ensimismados. Ausentes. Sobre todo el padre. Virtualidad familiar. Ahora toca una autofoto. Un selfi. Y lo sube a la red. Enseña la respuesta. Jaja. A veces estamos en un sitio para sacar la foto del mismo y compartirla. Y el momento se pasó. Sin disfrutarlo. Suena otro ping. Vuelta al móvil. Hasta el segundo plato habló más con los camareros que con el que tenía enfrente. Desperdicio de realidad. Otra pareja de jóvenes hace lo mismo. ¿Qué nos pasa? Afortunadamente, el resto disfrutaba de la compañía. En vivo y en directo. Aquí y ahora. Gestalt puro.
Feliz fin de semana a todas, todos.
Francisco J. Fernández Ferreras.
