Aterrizábamos con algo más de una hora de retraso en la T4S, la terminal satélite del aeropuerto de Madrid-Barajas. El retraso en la salida del aeropuerto de Ezeiza, en Buenos Aires, había sido de casi dos horas, pero las azafatas y el sobrecargo que nos habían atendido durante el trayecto habían insistido en que el fuerte viento de cola de algunos tramos del mismo nos iba a permitir recuperar gran parte del retraso.
Tras el aterrizaje, y con el avión aún rodando por las pistas, la inevitable consulta de las llamadas no atendidas durante las doce horas de vuelo. Y cuando se abren las puertas, comienza la segunda etapa del viaje: subida por el finger y un largo viaje hasta el otro extremo de la terminal satélite, cinco minutos, o quizás diez, incluyendo el slalom en las cintas transportadoras, esquivando pasajeros que consultan mails, conversan, disfrutan, casi paladean, la belleza del techo ondulado (con premio de arquitectura incorporado según creo recordar), llaman por teléfono o simplemente se agrupan y colapsan mi intento de acortar el tiempo para llegar a la Terminal 4, la del puente aéreo Madrid –Barcelona y vuelos regulares “en zona Schengen”.
AUTOR/ Jordi López Datell, Consultor y autor de “Creo, luego Creo” y “Hacer Pîña”.
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