3 por 3, de pared a pared. Un cuadrado perfecto y casi vacío. Sin ventanas ni luz natural, sólo la luz del fluorescente del techo y una pequeña lámpara metálica traída de casa. Él creía recordar que había pertenecido a alguno de sus hijos. Sobre la mesa sólo queda el portátil, un viejo Olivetti Pentium 133, y cuatro cables mal contados.
Yacen sobre la mesa los cables que fueron de la impresora y la pantalla de diecisiete pulgadas. El que fuera un teléfono multifunción con pantalla identificadora de llamada se había convertido, con el lento pero implacable paso de los años, en un simple, vetusto y obsoleto teléfono de góndola rescatado de un recóndito rincón del almacén. En un rincón de la mesa, una grapadora y un cilindro de unos quince centímetros de altura donde guardar los cuatro lápices y bolígrafos. Un cilindro de madera garabateado por su niña, hace ya incontables años, con trazos irregulares y en varios colores. El único toque personal en los restos del naufragio.
No hay lugar para nada más. Solo dos montañas de papeles que simulan desaparecer en algunos momentos del día para volver a crecer con mayor ímpetu, desaforadamente cuando más bajo mínimos parece estar.
Jordi Lopez Daltell, Consultor y autor de “Creo, luego Creo” y “Hacer Pîña”. jordilopez@teamtowers.com