La aversión al esfuerzo, un mal sin cura

Maite Sáenz15 octubre 20134min

 

“Incluso cuando un trabajo que requiere esfuerzo es más interesante y divertido que uno que no lo requiere, la gente prefiere borrarse del mercado laboral porque piensan que ese esfuerzo debe estar remunerado”. Sorprendente descubrimiento aunque corroborado por una investigación realizada en la Fuqua School of Business de la Universidad de Duke (EE.UU). Los profesores Peter Ubel y David Comerford han publicado el estudio “Aversión al esfuerzo: opciones de trabajo y su compensación, sobrepasadas por el esfuerzo”, que demuestra la animadversión que existe en las personas a la hora de realizar esfuerzos extra en su trabajo sin percibir una compensación económica a cambio.

esfuerzo_intLas conclusiones del trabajo de ambos expertos son demoledoras: el “effort aversion” condiciona hasta el punto de conformarse con obtener una menor satisfacción personal o aceptar trabajos que conllevan menor responsabilidad. “Lo que estos estudios demuestran es que si le planteas el tema del salario a la gente, de repente se convierte en un asunto importante –explica Ubel-. Se centran en lo que perciben que es justo como compensación, y no en los aspectos no monetarios del trabajo como pueden ser el valor social del mismo o si este es interesante”.

Y lo peor no queda aquí. Lo verdaderamente preocupante es que la aversión al esfuerzo es un mal sin cura. El intento de ambos profesores por demostrar que este problema –sufrido en mayor parte por aquellos que comienzan a incorporarse al mundo laboral– puede superarse, ha quedado en un vago intento. Los resultados del estudio no fueron estadísticamente significativos como para concluir que la “aversión al esfuerzo” pueda superarse ya que, aunque en algunos casos se consiguió que los participantes antepusieran el disfrute o el aprendizaje al salario, no se puede concluir que exista una fórmula para conseguir que la gente siga este ejemplo.

La gente comienza a conformarse con un trabajo cómodo, estable, que no le resulte muy complicado ni cansado, en el que no tenga que destacar ni sobresalir por encima del resto y por el cual le paguen una cifra razonable. Cada vez son menos los que se atreven a desempeñar funciones más arriesgadas o que suponen un esfuerzo extra ya que les compensa cobrar algo menos pero no tener que demostrar sus cualidades. ¿Para qué esforzarse pudiendo vivir tranquilamente?

El problema es que esto se está convirtiendo en una tendencia preocupante y puede que no haya forma de pararla. David Comerford asegura que “Veo muchas buenas razones por las que tu instinto te diga que no trabajes, a menos que te paguen por ello más de lo que ganas por no hacer nada, pero la lección que he aprendido tras realizar estos estudios es que con esta reacción puedes sufrir el riesgo de estar aburrido e infeliz”. Si esto no remite pronto conoceremos generaciones de infelices que en su día se conformaron con un trabajo de segunda – pudiendo aspirar a algo mejor – pero que decidieron dejar que fuesen otros quienes se esforzasen y no ellos.


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