La Mala Educación

Nacho Torres19 enero 20159min

Las Navidades son, aparte de unas fiestas entrañables, una buena época para disfrutar de la familia y de lo que te guste; placer entre los que no debe faltar leer, entre turrón y mazapán, algún libro que apetezca a tu apetito cultural. Una de esas lecturas que he recuperado estas fiesta pasadas ha sido un texto que un amigo me regalo hace tiempo y que recomendaría a todos los que ocupan posiciones de responsabilidad en organizaciones. Se trata del libro de Clemente de Alejandría titulado El Pedagogo, como digo, un buen compendio clásico para la reflexión de los ejecutivos.

¿Qué por qué se lo recomiendo a los ejecutivos? Pues porque tengo la sensación de que parte de nuestra buena educación la perdemos cuando estamos en posiciones de mando; quizá por falta de tiempo -la excusa–, porque nos creemos que somos más importantes que los otros o porque confundimos nuestra persona con nuestro personaje, siendo este último el que justificaría parte de nuestras acciones menos educadas. Mi tesis en esta tribuna es que quizá la falta de sensibilidad o desconsideración hacia los demás pueda venir provocada por la entronización de uno mismo en puestos ejecutivos.

El otro día, mientras compartía mesa y mantel con uno de mis socios y un gerente de mi equipo, en el transcurso de una jugosa conversación, en la que uno de los temas centrales fue educación, salió a colación entre los contertulios el tema de que algunos directivos -afortunadamente la mayoría no, aunque tampoco es desdeñable el grupo al que nos referimos- que no tenían la cortesía de corresponder educadamente en su trato directo.

Hablábamos de personas, en este caso ejecutivos o directivos, que conoces y has tratado previamente, que pueden haberte pedido algún favor o incluso solicitado alguna ayuda o enfoque de cómo solucionar algún problema en su compañía. La crítica era que, a pesar de ello, en demasiadas ocasiones no te devolvían las llamadas, no contestaban a los emails, ignoran los WhatsApp, cuando ellos mismo te habrían recomendado esta vía de comunicación si no les localizabas a través de su secretarias, argumentando de que no pueden hacerlo porque tienen una agenda muy apretada, porque son muy importantes- muy poco importante diría yo cuando no pueden ni disponen ni de mínimo tiempo para demostrar un comportamiento más recíproco-. Durante la conversación les dije: “Lo he decidido, una de mis tribunas la voy a titular la Mala Educación”, a lo que mi socio con cierto sarcasmo recomendó: “Mejor titúlala La Mala Educación 1 si no quieres que los lectores se pierdan, porque vas a tener que escribir unas cuantas ya que el tema te podría dar de sí para una enciclopedia”.

Nos estábamos refiriendo a todos aquellos directivos con los que quedas en llamarles y que luego no te devuelven si quiera las llamadas, a los que no contestan los emails, más que cuando a ellos les viene en gana, a muchos de los cuales en un ejercicio de aparente modernidad te los puedes incluso encontrar en redes sociales invitándote a conectar a través de LinkedIn, Facebook o Twitter.

También incluíamos a aquellos otros que te ponen una reunión o incluso o una comida de negocios y luego su secre- porque ellos no se atreven -te la cambian diez veces a última hora y el mismo día de la cita (con el trastorno que eso te genera), y finalmente puede que la reunión no se celebre nunca. Nos referimos también a algunos directivos con los que teniendo alguna relación y, en fechas entrañables como pueden ser las Navidades que hemos celebrado hace poco, tienes algún detalle de felicitación navideña y ni siquiera se dignan a hacerte una llamada o enviarte un mensaje de agradecimiento o correspondencia.

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También incluíamos en este cesto de la mala educación a aquellos ejecutivos que quedan a comer contigo y a la hora de liquidar la cuenta, no hacen ni ademán de pagar y ni siquiera te dan las gracias por la invitación porque, si colaboras o te relacionas con ellos profesionalmente, consideran que es tu obligación.

Entiendo la educación como ese proceso de socialización y aprendizaje que nos ayuda a nuestro desarrollo intelectual y ético como personas que tiene que ver con la cortesía, la urbanidad, etc. y que determina la forma de actuar y comportarnos adecuadamente.

Ya en la antigüedad los griegos utilizaban el término paideia para referirse a la educación. La paideia o educación incluía varios conceptos básicos como el conocimiento, la excelencia y, por supuesto, el carácter y su formación, de forma que “buscara lo hermoso y lo bueno y de manera innegable”. Además, los griegos sostenían que tiranos y demagogos privaban al pueblo de la educación para que, convertido en un rebaño de ovejas, fuera más fácil de dominar.

En el caso que nos ocupa, la mala educación a la que nos referimos es aquella conducta inapropiada y desconsiderada que podría ser considerara como un signo de falta de madurez psicológica y de una baja empatía; esa conducta que provoca rechazo social y, modestamente, da una pobre imagen de la persona que la ejerce.

La mala educación se caracteriza por un proceder indelicado, precipitado por la inmediatez y la mera actualidad que confunde lo urgente con lo imperioso. Confunde así la eficacia con la prontitud y considera, erróneamente, que ésta es siempre celeridad. Considera que, dado que no hay tiempo que perder, avasallar es el camino. Muchos de estos directivos, con importantes carreras universitarias y largas trayectorias profesionales, ignoran la mediación y entienden que lo llamado útil o eficaz, sin más precisiones o contemplaciones, es la adopción de medidas sin pararse en otros efectos siempre colaterales. La mala educación es entonces de mal gusto y cataloga al personaje.

No decimos que el ejecutivo no tenga que ser resolutivo, ni exigente, ni esforzado, ni de dejar de decidir, que para eso le pagan. Se trata de no entender que ser directivo es ejecutar cuanto obstaculiza nuestros objetivos, nuestros resultados. Para el maleducado, ser resolutivo consiste en ser resultadista.

Esta tipo de situaciones demuestran que la mala educación no tiene necesariamente relación con un bajo nivel cultural. Hay personas con escasa formación educativa que sin embargo muestran una gran educación en el trato con otras personas y que son bien vistas socialmente, y al contrario, alguna gente muy formada, con roles relevantes de poder y mando, que con demasiada frecuencia se olvidan de que su posición no les excusa de corresponder justamente en su relación.

Según Clemente los pedagogos eran los encargados de conducir al niño a la escuela. Ayudaban al pequeño amo a llevar su maleta, su linterna para alumbrarle en su camino de la vida; sobre todo su papel consistía en velar por su comportamiento y exigir al joven unos modales correctos y dignos. Por eso, cuando las pasadas Navidades releía el libro del que les hablaba al principio me acordaba de esa minoría de directivos -a quienes, por cierto, humildemente dedico esta tribuna, con la más sana intención pedagógica- y pensaba “igual a muchos de éstos ejecutivos con estos problemas podría serles muy útil tener un pedagogo o alguien encargado de asesorarles y hacerles reflexionar sobre su comportamiento social para alumbrarles en sus relaciones”, porque estoy convencido de que ni su secretaria ni sus colabores se atreverán a hacerlo.

 

José Manuel Casado, Presidente de 2.C Consulting.


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