¿Habéis oído hablar de la campaña “ban bossy”? Yo sé de ella por el interesante artículo de Beatriz García Manso publicado en YO DONA. El título, “No soy mandona, soy la que manda”, me llamó la atención, lo leí de cabo a rabo e investigué un poco qué es el movimiento con el que están comprometidas mujeres tan diferentes como Sheryl Sandberg, Beyoncé o Michelle Obama.
“Ban bossy” significa, literalmente, “prohibir (la palabra) mandona” y el suyo es un mensaje claro para inspirar el desarrollo del liderazgo femenino y la autoconfianza de las mujeres derribando estereotipos que el propio lenguaje contribuye a perpetuar. ¿Cuál es la diferencia entre mandar y ser mandona? ¿Y entre mandar y ser mandón? Sólo la que nosotros le atribuimos cuando vemos quién está detrás de su ejecución.
La fábrica de estereotipos sexistas nace con cada uno de nosotros, cuando nos visten de rosa o de azul, cuando nos regalan cocinitas o pistolas, cuando nos derivan al ballet o al fútbol, cuando nos etiquetan de ciencias o de letras… Y al llegar a la empresa, cuando nos hablan de un liderazgo femenino y de un liderazgo masculino. Las palabras traducen los paradigmas que nos condicionan y, por eso, cuando alguien transgrede los roles que tiene socialmente asignados el lenguaje emerge, natural y automáticamente, con su acepción penalizadora: ellos lideran, ellas mandan; ellos son enérgicos, ellas tienen mal genio; ellos son tenaces, ellas obstinadas… También hay ejemplos en sentido contrario, pues las mujeres son empáticas y los hombres blandos, dialogantes vs. charlatanes, etc., ¡y cuán liberador sería también para ellos que el lenguaje les tratara justamente!
¿Hablamos de feminismo? No, hablamos de capacidades, de marca personal en el ámbito profesional y de ventaja competitiva en el de negocio. La igualdad de condiciones sobre el papel es ahora una realidad construida sobre la base del conocimiento y éste, repartido por méritos, no tiene un plus de desarrollo por sexos.