Carpe Diem

Nacho Torres18 mayo 20159min

Carpe Diem

Una de las muchas cosas buenas que tiene el hecho de trabajar en una consultora internacional, como yo he hecho durante muchos años, es que viajas mucho y a distintos sitios. Lugares que en ocasiones no te dejan indiferente. Países como India, China, Brasil, Malasia, Sudáfrica….etc. suponen siempre un punto de inflexión y reflexión respecto a nuestros hábitos, costumbres y calidad de vida.

Pues bien, acabo de llegar de un país en el que no había estado nunca antes y en el que te das cuenta de que tenemos que dar gracias a Dios por haber nacido en occidente. Hablamos de un país de la África Negra muy rico en recursos en el que apenas el cinco por ciento de la población tiene el 95 por ciento de la riqueza; me estoy refiriendo Angola: un territorio que intenta occidentalizarse con un régimen político un tanto sui géneris que se denomina como una democracia multipartidista, pero fuertemente presidencialista.

Aparte de que el potencial hidroeléctrico de Angola, que es uno de los más grandes de África, los recursos naturales de los que dispone esta joven nación – digo joven, porque tienen unos 25 millones de habitantes con una esperanza media de vida de 38 años, en el que la tasa de fertilidad es de las más altas del mundo (una mujer joven de 25 años tiene una media de seis hijos)-son de los más importantes porque posee grandes reservas de petróleo y gas, la calidad del crudo es generalmente muy buena, y no les falta yacimientos de diamantes; a pesar de lo cual, sólo el 30 por ciento de la población tiene luz y gas, aunque afortunadamente la renta per cápita ha pasado de 620 dólares en 2001 a 5.129 dólares en 2011.Verdades

Luanda es su capital en la que el contraste de una pobreza extendida se entremezcla con el lujo extravagante de unos pocos que pertenecen a una pequeña clase privilegiada. Se asegura que es la ciudad más cara del mundo y doy fe; solo para que se haga una idea le diré que una de mis cenas fue en el hotel en el que me encontraba alojado. Baje al restaurante y pedí un sándwich clubs y una cerveza Cuca, por cierto riquísima. Y tras acabar mi frugal cena pedí la cuenta. Cuando compruebo la nota, digo a la camarera –“Perdón señorita, creo que se han equivocado de cuenta”. A lo que me respondió -“Nao, engenherio Gonzalez- es curioso para los portugueses y angoleños, el segundo apellido es el más importante para la identificación-ésta es su cuenta”. A estas alturas estará preguntándose cuánto constó el famoso sándwich, se lo diré, pero siéntese si está de pie no se vaya a caer: 89 dólares; si como lo oye…89 dólares, ni más no menos. Al día siguiente el cliente me invitó a cenar a un buen restaurante en la bahía de Luanda y, una cena normalita para cuatro personas costo, ahora algo más asequible: 600 dólares; pero es que un yogurt-según dicen los nativos de allí que pueden entrar a comprar alguna de sus tiendas- en esta ciudad cuesta 5 dólares.

A pesar de todo, el carácter del angoleño -o angoleno que dirían allí-, es alegre, divertido y optimista. La gente es pobre de solemnidad, pero su pobreza contrasta con la sensación de que parecen rabiosamente felices. Bailan medio desnudos, corren, saltan, retozan y están todo el día en la calle, porque el clima tropical también ayuda, sin hacer nada en todo el día, pero se lo pasa muy bien. A un visitante europeo le resulta increíble ver con esa cara de felicidad a esa gente porque, para un occidental, no tendrían razones para ello. Parece que para nosotros la felicidad sea consumir y tener muchas cosas, mientras que para ellos la felicidad sea no sufrir y sobrevivir. Quizá tener perspectivas de largo plazo nos haga ansiar más la felicidad, mientras que vivir el presente-que al parecer sólo el 10 por ciento lo hace- nos haga aprovechar y disfrutar más de momento.

Es más, recientemente, la revista Forbes publicó una lista en la que se recogían los nombres de los diez países más ‘felices’ del mundo. Esta lista, basada en un estudio que desde hace cinco años elabora el Instituto Legatum de Londres, ha sido calificada como ‘Índice de Prosperidad’, y en ella han sido clasificados un total de 110 países, lo que cubre el 90% de la población mundial; pues bien, este estudio reveló que, curiosamente, los países que ocupan las primeras posiciones del ranking de Forbes, como Dinamarca, Canadá, Estados Unidos, Islandia, Irlanda y Suiza, entre otros, son también los que registran las tasas más altas de suicidio, que parece que tiene que ver con la ausencia de felicidad.

Los expertos sostienen que el egoísmo, la arrogancia, la falta de altruismo son contrarios a la felicidad y de ello tenemos para dar y tomar en occidente y en sus empresas. Más concretamente en nuestro país parece que nos quejamos absolutamente por todo; todo lo nuestro es malo, los de los demás es mucho mejor y nos disparamos nosotros mismo incluso a “nuestros pies” viendo siempre “la botella medio vacía a pesar de tener la cartera medio llena”.

En ese afán de buscar responsables de nuestra infelicidad pedimos hasta que nuestras compañías se encarguen de ella y construyan lugares en los que se fomente la felicidad; con visión reactiva incluso hablamos de la obligación y responsabilidad que tienen las instituciones y empresas para que la gente sea más feliz, cuando yo creo que ella depende solo y exclusivamente de todos y cada uno de nosotros; porque somos -nosotros mismo- los únicos responsables de nuestra propia felicidad. Con ella, pasa un poco como la motivación; es algo demasiado importante como para dejarlo en manos de la empresa o de los que mandan en el país. Recuerdo que en la organización que trabajaba cada profesional tenía un mentor, que se supone que debería hablar con su mentorizado con el propósito, no sólo de guiarte o ayudarte, sino con el motivarme; pero al mío siempre le dije: olvídalo, mi motivación es algo sumamente importante para mí como para dependa de ti.

Los mecanismos de soportan la felicidad son meramente psicológicos y no depende solamente de nuestras circunstancias, sino de cómo nos tomemos e interpretemos nuestras circunstancias. Como diría Stephen Covey, “no es lo que nos pasa lo que nos afecta, sino la forman en como nos tomamos los que nos pasa”. Quizá esos mecanismos psicológicos tenga que ver con la liberación de serotonina y otras sustancias neuroquímicas u hormonales y sean estos los que realmente influyen en la felicidad.

Ya me hastía un poco ver, leer y oír tantos temas de la felicidad en la empresa y de lo hacen las compañías para ello, porque lo que yo creo que hay que hacer es educar, pero desde la escuela, para la felicidad; porque la felicidad, querido amigo, como le he dicho, tiene más que ver con usted mismo que con la empresa en que trabaja; por ello mi consejo en esta tribuna es que intente disfrutar con lo que hace a diario en su compañía, porque también está demostrado que somos más felices cuanto más felices sean los que nos rodean y que siempre que tenga ocasión sea más angoleño y practique el Carpe Diem.

José Manuel Casado, Presidente de 2.C Consulting.


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